LOS MICROBIOS QUE NECESITAMOS
No todos los microorganismos son peligrosos; comemos queso o bebemos cerveza fermentados por bacterias y hongo de la levadura respectivamente.
Continuando la entrada del blog anterior en la que se habló del hábito de lavarse las manos y la importancia de la higiene en nuestra salud, se plantearon también las siguientes cuestiones: ¿debemos obsesionarnos con esta higiene? ¿Hacer que los niños se laven las manos a todas horas?
Antes que nada, podríamos hacer varias consideraciones. En primer lugar, no podemos eliminar todos los microbios de nuestro ambiente. Además, no todos los microorganismos son peligrosos; comemos queso o bebemos cerveza fermentados por bacterias y hongo de la levadura respectivamente. Por último, reconocer que necesitamos los microbios para vivir: decenas de billones de bacterias que habitan principalmente en nuestro intestino y que suponen en torno a dos kilos de nuestro peso, nos permiten absorber los nutrientes de los alimentos que ingerimos.
Pero ¿qué relación tiene todo esto con el hábito de lavarse las manos? Desde hace ya casi treinta años, diversos estudios han mostrado que los bebés que viven en entornos previsiblemente con más gérmenes, niños que conviven con mascotas o que crecen en una granja, presentan una menor incidencia de asma y alergias. Estas dolencias han tenido un importante crecimiento en los países desarrollados y en aquellos que han realizado una mejora sustancial en materia de saneamiento.
Al principio, se propuso la explicación de que en un entorno rico en gérmenes, el sistema inmune debía de estar en estado de alerta, con unos niveles altos de defensas que le permitiesen defenderse de cualquier microorganismo. Entonces, ¿deberíamos proponer la idea de que necesitamos ser menos limpios? No, puesto que sólo serviría para incrementar el riesgo de sufrir una enfermedad infecciosa. El problema no es que los niños de los países desarrollados no estén expuestos a suficientes infecciones, sino que el mundo microbiano en el que viven es muy poco diverso y es precisamente esta diversidad lo que hace aprender a nuestro sistema inmune. La cuestión no es tener un sistema inmune revolucionado, preparado como un resorte para atacar a la mínima oportunidad, sino entrenado para saber qué microorganismos y sustancias puede tolerar y aprendiendo, por ejemplo, que el polen o los frutos secos son inofensivos.
Así pues, necesitamos convivir con los microorganismos en nuestro ecosistema y mantener una higiene selectiva. Por ejemplo, podríamos enseñar a los niños a lavarse las manos después de tocar un pollo crudo pero animarles también a jugar fuera, en el campo, disfrutando y comiendo junto con amigos y compañeros de diversión.
Pero, ¿cómo podríamos distinguir las situaciones peligrosas de las beneficiosas? ¿Por qué el pollo crudo y no las bacterias del campo? ¿La diversidad de organismos a los que estamos expuestos es el único factor a contemplar?
El comentario a estas cuestiones tendrá lugar en la próxima entrada en este blog, hasta pronto.
Bibliografía/webgrafía:
Rook GAW, et al. 2003. Innate immune responses to mycobacteria and the downregulation of atopic responses.Curr Opin Allergy Clin Immunol 3(5):337–342.
Scudellari, M. 2017. Cleaning up the hygiene hypothesis. PNAS 114(7): 1433–1436.
Strachan, D.P. 1989. Hay fever, hygiene, and household size. BMJ 299(6710):1259–1260.